La palabra que utilizaron los médicos fue síncope vasovagal,
producido por una fuerte impresión. Dolores respiró aliviada. Solo había sido un ataque de
nervios ante la vergonzosa situación de tener que explicar porqué había
colocado una cámara en la habitación de su hermana.
Una noche en observación y para casa.
-Yo te espero fuera mamá- dijo Dolores, con el rostro aún descompuesto,
cuando el doctor les permitió entrar a ver al enfermo.
- ¿Cómo?- casi gritó- ¿No piensas entrar a ver a tu hermano?
Una disculpa se la tienes que dar ¿Y esta noche qué? No se va a quedar solo,
tampoco pretenderás que me quede yo durmiendo en una silla, tienes que hacerlo
tú. Estar disponible, como siempre.
Dolores sintió como todo el peso del mundo caía de repente
sobre sus hombros. La angustia de apoderó de su pecho, ahora era ella la que
casi no podía respirar.
-
-Entra tú…- susurró a su madre.
-
-¿Y Dolores dónde está?- preguntó Gundamaro, con
un hilo de voz, en cuanto entró su madre.
- -En un rato viene- respondió lacónica tras
acomodarse en una silla junto a su hijo.
- -Quiero que me cuide ella esta noche- dijo con un
cierto tono cruel- Ella y sólo ella.
Sin duda era un excelente momento para cargar
con un enorme sentimiento de culpa, a su hermana y volverla a tener bajo
control. Pero Gundamaro no contaba con las ganas de vivir de Dolores. Su deseo
de no volver a ser la sirvienta de un tirano. Gundamaro desconocía que, en ese
mismo instante, ella estaba haciendo las maletas para huir desesperadamente del
apolillado mundo que había creado en aquella oscura casa. Gundamaro no sabía
que, en esta ocasión, había perdido la partida.