martes, 21 de abril de 2015

Gundamaro se despide



La palabra que utilizaron los médicos fue síncope vasovagal, producido por una fuerte impresión. Dolores respiró  aliviada. Solo había sido un ataque de nervios ante la vergonzosa situación de tener que explicar porqué había colocado una cámara en la habitación de su hermana.
Una noche en observación y para casa.

-Yo te espero fuera mamá- dijo Dolores, con el rostro aún descompuesto, cuando el doctor les permitió entrar a ver al enfermo.
- ¿Cómo?- casi gritó- ¿No piensas entrar a ver a tu hermano? Una disculpa se la tienes que dar ¿Y esta noche qué? No se va a quedar solo, tampoco pretenderás que me quede yo durmiendo en una silla, tienes que hacerlo tú. Estar disponible, como siempre.

Dolores sintió como todo el peso del mundo caía de repente sobre sus hombros. La angustia de apoderó de su pecho, ahora era ella la que casi no podía respirar.

-    -Entra tú…- susurró a su madre.

No muy convencida, la madre entró a ver a su hijo, dejando a Dolores herida, casi de muerte, por sus palabras. Permaneció inmóvil durante unos segundos. Después salió del hospital lo más rápido que pudo y vomitó en el lugar menos transitado que consiguió encontrar. No podía soportar la idea de que todo volviera a ser como antes, sin consecuencias ante el acto deleznable e incluso perverso que Gundamaro había cometido en contra de ella. Se negaba a vestir el alma de color gris una vez más. Estaba convencida  de que si lo hacía, ya no habría esperanza para ella.
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     -¿Y Dolores dónde está?- preguntó Gundamaro, con un hilo de voz, en cuanto entró su madre.
-   -En un rato viene- respondió lacónica tras acomodarse en una silla junto a su hijo.
-   -Quiero que me cuide ella esta noche- dijo con un cierto tono cruel- Ella y sólo ella.

Sin duda era un excelente momento para cargar con un enorme sentimiento de culpa, a su hermana y volverla a tener bajo control. Pero Gundamaro no contaba con las ganas de vivir de Dolores. Su deseo de no volver a ser la sirvienta de un tirano. Gundamaro desconocía que, en ese mismo instante, ella estaba haciendo las maletas para huir desesperadamente del apolillado mundo que había creado en aquella oscura casa. Gundamaro no sabía que, en esta ocasión, había perdido la partida.